La carga del hombre blanco: El fracaso de la ayuda al desarrollo

 

               
¿Está siendo eficiente los esfuerzos internacionales para erradicar la pobreza?            

William Easterly, autor de La carga del hombre blanco: El fracaso de la ayuda al desarrollo remarca la importancia de la figura de los planificadores y los buscadores para lograr el éxito de la ayuda internacional. La gente pobre muere no solo debido a la indiferencia mundial ante su pobreza, sino también a causa de la ineficiencia de los esfuerzos de quienes si se preocupan por ella.

La mentalidad de los buscadores en los mercados representa una guía de cara a adoptar un enfoque constructivo de la ayuda internacional; descubren cosas que funcionan y que proporciona cierta recompensa; aceptan la responsabilidad de sus actos; descubren lo que se demanda; se adaptan a las condiciones locales; descubren cual es la realidad que hay ahí abajo; averiguan si el cliente está satisfecho; quiere encontrar respuestas mediante la experimentación, ensayo y error.

Por otro lado los planificadores declaran buenas intenciones, pero no motivan a nadie a materializarla; los buscadores descubren cosas que funciona y que proporcionan cierta recompensa,; elevan las expectativas pero no asumen la responsabilidad de cumplirlas; determinan que se ofrece; aplican proyectos globales; desde arriba desconocen lo que hay debajo; nunca saben si lo planificado ha logrado lo que se necesitaba; cree tener las respuestas y concibe la pobreza como un problema de ingeniería técnica que sus respuestas resolverán.

Hay dos elementos claves que hacen funcionar las búsquedas: retroalimentación y responsabilidad. Los buscadores saben si algo funciona o no solo cuando se da una retroalimentación por parte de sus destinatarios finales, es decir, cuando estos pueden hacerles llegar información. La responsabilidad es necesaria para motivar a toda una organización o gobierno para que emplee a buscadores.

El gran problema de la ayuda internacional y de todos los esfuerzos de occidente para transformar el resto del mundo es que quienes pagan las facturas son los ricos, que saben muy poco de los pobres y pretenden dirigir y modelar “desde arriba” a los países pobres, marcando objetivos utópicos que no logran hacer ningún bien y sosteniendo la tradicional idea de que estos países son como niños a los que deben salvar, con su predisposición a proponer soluciones en su nombre.

Hong Kong, Corea, Singapur y Taiwán, China y la india, han logrado un desarrollo económico mediante los esfuerzos de numerosos organismos descentralizados que participan en mercados sin que la ayuda occidental represente una proporción significativa de su renta, con algunos esfuerzos de sus gobiernos y sin que occidente les dijera lo que tenían que hacer. 

Los pobres ya han logrado mucho más por sí mismos de lo que los planificadores han conseguido para ellos. Es una fantasía pensar que Occidente puede cambiar sociedades complejas, con historias y culturas muy diferentes a la suya, moldeándolas a su imagen y semejanza. La principal esperanza para los pobres reside en que ellos sean sus propios buscadores, tomando prestadas ideas y tecnologías de Occidente cuando les convenga. 

Los países ricos no se preocupan lo suficiente de hacer que la ayuda funcione para los pobres y, en cambio, están dispuestos a elaborar grandes planes utópicos que no funcionan. Y en parte se debe a que, en realidad, nadie asume la responsabilidad de hacer que una intervención concreta funcione en un lugar y un momento concretos 

Hay que mejorar el sistema de incentivos de responsabilidad colectiva para objetivos múltiples. Responder personalmente de las tareas concretas. Que los organismo de ayuda se especialicen en aquellos sectores y países en los que pueden ayudar más y mejor, y luego responsabilizarlos de sus resultados mediante una evaluación auténticamente independiente de sus esfuerzos.

Hay que experimentar con diferentes métodos o simplemente preguntar a los pobres si han salido ganando. Y movilizar a la gente altruista de los países ricos para que presione a los organismos a fin de que hagan llegar realmente su dinero a los pobres y muestre su enfado siempre que la ayuda no llegue hasta ellos. 

Los burócratas harán mejor las cosas cuando tengan objetivos tangibles, cuantificables y mal cunando tengamos sueños vagos y  mal definidos. Haremos mejor las cosas cuando exista un vínculo claro entre esfuerzo y resultados, y peor cuando los resultados reflejen numerosos factores aparte de nuestro esfuerzo. Lo haremos bien cuando tengamos menos objetivos y no tan bien cuando tengamos muchos. Lo haremos mejor cuando haya mucha información sobre lo que desean los clientes y peor cuando no haya sino confusión con respecto a esos deseos. Lo haremos bien cuando los agentes que trabajen en el nivel inferior estén motivados y sean responsables, y no harán bien cuando todo dependa de los gestores que trabajan en el nivel superior.

Si el objetivo utópico ha desviado la atención de la prioridad de responsabilizar a los organismos de ayuda de obtener resultados tangibles, entonces el primer paso es, obviamente, renunciar a dicho objetivo utópico. 

Podemos asegurar que el principal mecanismo de retroalimentación y responsabilidad de los servicios públicos en Occidente es la democracia, aunque tenemos que tener en cuenta que implantarlo a la fuerza no ha funcionado ni funcionará. 

No puede decirse que la intervención de occidente en el gobierno del resto del mundo, ya fuera durante el colonialismo o durante la descolonización, haya resultado de gran ayuda. Occidente debería aprender de su historia colonial cuando se entrega a fantasías neoimperialistas. No han funcionado antes ni funcionaran ahora.                                         

La pacificación podría der buena, pero ¿Quién exactamente está dispuesto a responsabilizarse de su éxito o su fracaso? Cuando algo va horriblemente mal, como en el caso del genocidioruandés, la ONU culpa a las potencias occidentales, mientras que estas se echan la culpa unas a otras y a la ONU.

Sigue habiendo esperanza de que la asistencia occidental pueda ayudar a resolver algunos de los problemas más graves de los pobres del resto del mundo. La ayuda no hará que la pobreza pase a la historia, ya que posiblemente eso sea algo que no está al alcance de nuestros esfuerzos.

Según el autor, debemos hacer que los agentes de la ayuda se responsabilicen individualmente de campos de acciones concretas y factibles que ayuden a los pobres a avanzar por sí mismos, dejemos que eses agentes busquen qué es lo que funciona, basándose en la experiencia pasada en un ámbito concreto, experimentemos basándonos en los resultados de esa búsqueda, evaluemos basándonos en la retroalimentación por parte de los supuestos beneficiarios y en la comprobación científica, recompensemos los éxitos y penalicemos los fracasos. Demos más dinero a las intervenciones que funciona y retirémoselo a las que no funcionan. Cada agente de la ayuda debería analizar y especializarse más en aquello en lo que ha demostrado ser bueno. Asegurémonos de que los incentivos son  lo bastante fuertes como para que se hagan más de aquellas cosas que funcionan. 

No tratemos de arreglar los gobiernos o las sociedades. No tratemos de invadir otros países, ni enviemos armas a uno de los brutales ejércitos que participan en una guerra civil. Pongamos fin a la condicionalidad. Dejemos de hacernos perder el tiempo con cumbres y marcos de trabajo. Renunciemos a  los planes de reforma institucional radicales e ingenuos. El objetivo debería ser conseguir que las personas salgan ganando, no transformar gobiernos ni sociedades. 

La  ayuda no puede erradicar la pobreza; solo puede hacerlo el desarrollo de origen local, basado en el dinamismo de las personas y las empresas en unos mercados libres.

Una vez que Occidente esté dispuesto a ayudar a las personas en lugar de a los gobiernos, se resolverán algunos de los rompecabezas que actualmente atenazan a la ayuda internacional.

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